domingo, 12 de noviembre de 2023

Revenge - T1E3 "Declan"

 — No puedo creer que haya pasado todo eso.

 

Me dijo mi mejor amiga, Irene. Una chica con la que he comenzado a llevarme ahora que he vuelto a vivir aquí. Le conté lo que pasó con Kissy, ella no se lo podía ni imaginar.

 

Tomé mi bandeja del almuerzo y me levanté del lugar donde comimos, Irene me siguió. Las depositamos en el lugar donde van y nos dirigimos a la salida. Mas sin embargo, pasamos a lado de una mesa llena de testosterona. Así es, una mesa llena de muchachos, machitos, “onvres”, que se la pasaban haciendo un bullicio 24/7.

 

— Hola primor.

 

Un chico alto y fornido saludó. ¿A cuál de las dos? No lo sé. Me detuve en seco pero Irene me llegó por detrás y me susurró que siguiera caminando, me dio un ligero empujón y seguimos avanzando.

 

El muchacho se levantó de la mesa y con paso apresurado se interpuso en nuestro camino. Irene bufó.

 

— ¿Cuál prisa?

 

El muchacho sonrió mostrando sus dientes blancos, pareciese que ayer le habían puesto esas carillas tan blancas color falso.

 

— Seguro te pusiste esa faldita para mí.

 

Se estaba burlando de mi ropa. Pero yo no olvido. Ese chico era Declan, y tengo una anécdota que contarles.

 

Cuando era niña, él se burló de mí por cómo fui disfrazada en una noche de Halloween. Yo vestía de princesa, de Cenicienta. Él decía que era una bola de grasa no podía ser una princesa. Me llamó Gordicienta.

 

Y como si se tratase de las hermanastras, él comenzó a jalar de mi vestido hasta romperlo, destrozándolo y haciendo que se me que cayera, dejándome prácticamente en ropa interior.

 

Todos se burlaban de mí, y yo sólo sollozaba. Inclusive unas madres se llegaron a burlar, no hicieron nada las ingratas.

 

Declan puso una mano encima mío y lo fulminé con la mirada. Acercó sus labios a mi oreja y susurró.

 

— Podemos ir al armario del conserje y ver tu ropa interior, princesa.

 

Abrí los ojos como platos. ¿Me habrá reconocido?

 

Yo reaccioné dándole un rodillazo en los bajos, lo que le hizo quejarse del dolor y caer de rodillas al suelo. Tomé una bebida de la mesa y se la vertí encima. Todos comenzaron a burlarse.

 

— Respétame, degenerado.

 

Salí de la cafetería e Irene iba corriendo detrás mío.

 

— ¿Qué pasó allá?— preguntó.

 

— No dejaré que nadie me falte el respeto así, ningún hombre tiene derecho a tocarme sin consentimiento.

 

— Así es, hermana.




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