— ¡Maldita zorra, la mataste!— gritó Olga desesperadamente.
— ¡No era mi intención!— dije mientras lloraba.
Estaba de rodillas en el suelo, llorando ante lo que había hecho.
— Yo sólo quería paz— dije casi ahogándome.
— No creas que no nos dimos cuenta— dijo Olga—, te has estado vengando de muchas personas, les has hecho cosas horribles. Por eso quisimos acercarnos a ti, pero la humillación pública era peor.
— ¿Qué?
— Sí, no somos estúpidas— soltó Lisset—. ¿Crees que no nos hemos dado de lo que hacías? Los rumores abundaron por todas partes. Y no era del todo mentira lo que dijo el señor de la tienda, ¿eh? Eras una gorda, de pequeña.
Me quedé perpleja ante lo que estaba diciendo.
— Sí, eras la manteca de la primaria Halstead. La de la madre prostituta— dijo Lis.
— Cállate, eso es mentira— apreté los dientes de rabia.
— ¿Lo ves? Eres esa maldita malparida, la botarga de la generación. Eres una maldita perdedora.
— Cállate…
— Eres patética, crees que el haberte hecho bulímica te iba a hacer amada por todos, pero sólo demuestra lo desesperada que estás.
— ¡¡QUE TE CALLES!!
Tomé el arma y volví a disparar, matando a la segunda Olivia. Olga estaba mirándome con rabia, tanto ella como yo teníamos la respiración agitada.
— Mátame de una vez, perra. Dispara. Dispara de una buena vez. Pero me voy a ir al infierno con tu nombre para que te arrastres pidiéndole piedad a Lucifer. ¡Púdrete, maldi…!
Y le disparé antes de que dijera mi nombre.
Las tres se habían ido, y yo sentí una paz que inundó mi ser. Me sentía plena por dentro. Tomé una buena bocanada de aire y exhalé. Sonreí, estaba muy tranquila. Me estaba gustando este sentimiento, me dejaba llena de vida y excitación. Quiero más.
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