Hace ya unos años, habían hecho un torneo deportivo en la escuela. Estaba este niño, tan bonito, que tanto me gustaba. Jeremy. Ah, Jeremy. Precioso niño, era tan dulce y gentil. Él era capitán de uno de los dos equipos a elegir, obviamente yo quería estar con él.
El juego era sencillo, tenía que correr una carrera de obstáculos. Estaba platicando con una compañera justo antes de comenzar la carrera, cuando el entrenador nos dijo que nos pusiéramos en posiciones. El silbato sonó y cuando comencé a correr, me tropecé, cayendo al suelo. Mi cuerpo rebotó varias veces y se desplazó en la cancha.
Me di cuenta de que las agujetas de mis tennis habían sido amarradas. Vi hacia la meta de llegada, donde aquella otra niña había sido elegida para estar en el equipo de Jeremy.
Todos se morían de la risa por aquella gorrrrda que había provocado un terremoto. Yo lloraba con mis rodillas raspadas mientras esa niña estaba pavoneándose con mi Jeremy. Esa mocosa malcriada que se llamaba…
— Serena— dije—. Me da tan mala espina.
Irene y yo estábamos viendo de lejos a la capitana de porristas del instituto.
— A mí también me cae de la patada. Me hizo algo hace unos años.
— ¿Qué fue?— pregunté, curiosa.
Irene no respondió, señaló con su cabeza a que mirara hacia donde estaba Christopher, quien iba llegando por el pasillo. Serena se acercó a él y le puso las manos en su pecho, él las quitó y ella comenzó a juguetear con su cabello, le estaba coqueteando…
— Ah, no se lo voy a permitir.
Caminé directo a donde estaban ellos. Serena tenía sus labios cerca de los oídos de mi bebé, yo lo jalé con el brazo.
— Hola amor— le di un beso en los labios—. Serena— dije a regañadientes.
— Me enteré que vamos a competir mañana en el torneo— dijo—. Estos muslos— levantó su falda, dejando ver su ropa interior— son tan fuertes y aguantan muchas posiciones.
— Mañana veremos qué poses puedes aventarte, amiga.
Jalé a mi novio y me lo llevé de ahí.
Al día siguiente, estábamos listos para el torneo. Serena y yo volvíamos a competir en carreras, como en los viejos tiempos.
— El que gane, se lo queda— dijo Serena.
Pendeja.
Se pegó el silbatazo. Ambas comenzamos a correr. Serena iba tomando la delantera, cuando de repente, por un trágico accidente, ella resbaló y cayó sobre un montón de alambre de púas que estaba escondido en el pasto. Devastador. Su cara estaba destrozada, sangrando, inclusive sus ojos habían sido perforados.
— Se lo merece— dijo mi mejor amiga—, esa zorra hace unos años me bajó al novio.
— ¿En serio? No me digas…
Qué ironía.